EL COLUMPIO

CAPÍTULO 1
Estoy en un columpio. La gravedad me atrae y describo un amplio arco entre el crujido de las cadenas metálicas que me soportan. El tiempo parece detenerse.
Veo mis pies desnudos, el cielo azul; una golondrina dibuja un ángulo imposible en él, quizá acaba de capturar un invisible insecto en la maniobra. Pienso entonces en la muerte, una muerte ocurrida justo en ese precisoinstante.

Noto la gravedad tirando de mí, miro algo más hacia arriba y veo el sol. Me deslumbra. Pienso en la enorme distancia que nos separa. Casi 150 millones de kilómetros y noto su calor. Pienso entonces en la vida creada bajo ese distante y a la vez tan cercano astro. En una milésima de segundo recuerdo cada uno de los amaneceres que he visto, sí, esos deben de ser todos. Me quedo con uno en el país del sol naciente, cuando me aventuré en Japón y encontré algo que no buscaba. A mí.
Risas de niños me sacan dulcemente de mis pensamientos sobre sol. La gravedad se hace más palpable. Bajo.

CAPÍTULO 2
Antenas, edificios, humo, polución. Cierro los ojos. Veo mi propia sangre. El rojo de mis párpados. Los abro. Tierra, tierra amarilla. Albero que me recuerda a mi infancia. Rodillas magulladas. De nuevo rojo sangre. Inocencia. Tiempo. Anhelos. Ya no veo mis pies desnudos, aunque los noto rozar levemente la tierra. Resulta agradable. Por un instante pienso en los kilómetros que mis pies han hecho en 31 años. ¿Serán al menos la mitad de 150 millones? Imposible.

Las cadenas vuelven a crujir. Un lamento metálico que hace que tenga plena consciencia del peso de mi cuerpo bajando a una aceleración de 9'78 metros por segundo al cuadrado. Sonrío al pensar que comparto esa aceleración con todo lo que horada esta piedra que llamamos mundo. Mi mundo.

CAPÍTULO 3
Dejo atrás la tierra amarilla que apenas rozo con mis pies. Vuelvo a subir extrañado porque el crujido metálico ya no está acompañado con risas de niño. Ahora todo lo acompaña el silencio.
El cielo está negro salpicado por miles de millones de estrellas. Noto el frío en mi frente y en un esfuerzo utópico las intento contar. Me siento insignificante. Al principio me aterra, cuando cuento la decimotercera estrella ya no. Inmensidad. Infinito. Y yo observándolo. Sonrío.

De nuevo me asalta el concepto de tiempo. Veo fantasmas, la luz de la decimotercera estrella me llega ahora, pero quizá ya no exista. Me imagino en un columpio sujetado entre la doceava y la decimocuarta. Al lado de mi estrella, la trece. Le tomo el pulso, la acaricio y le digo que en una roca azul la recordarán en algún momento. Un niño en un columpio quizá.
La fuerza de la gravedad vuelve a llamarme. Bajo. Pero esta vez no quiero ver nada más. Cierro los ojos y todo se hace oscuridad. En la negra bajada me asaltan dudas, preguntas. Pero ya no tengo miedo. Las cadenas vuelven a crujir. Algún día dejarán de hacerlo. Sonrío.

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