NO ESCRIBO YO, ESCRIBE LO QUE QUEDA DE MÍ...

La conocí un verano, aunque ella siempre se disfrazaba de otoño, entre el humo de cigarrillos y el empalagoso olor del alcohol derramado.
Yo frecuentaba bares por el simple hecho de hacerlo. Recuerdo que empecé a beber  para celebrar algo, ahora lo hago siempre para olvidar.

Era guapa, demasiado guapa, de las que brillan. Y tan triste como la sombra de un mendigo.
Me miró un segundo en un cruce de miradas, quizás dos; aunque a mí me pareció una eternidad. Me hice viejo en su mirada.

Siempre pensé que era demasiado bella para algo tan vulgar, que hay flores que merecen más que un jardín. Algo así como la cima más alta de una montaña donde la belleza y la muerte se dan la mano.
Y pasó el tiempo, entre suspiros que duraban semanas, anhelos que duraban meses, sueños prolongados por años.

Y la tuve, brevemente…
Me echó el humo del cigarrillo a la cara y amé la niebla.
Me sonrió cómplice y amé los secretos que sus ojos susurraban.
Me besó y amé la vida. Siempre tuve la impresión que la cerveza sabía más dulce de sus labios.

Pero se marchó, sin más, como se marchan todas las cosas que amo en esta vida.

Y ahora me encuentro lamiendo mis propias cicatrices internas, las de esas mujeres que una vez decidieron que yo no valía otro beso.
Apenas la tuve y ya empiezo a echarla de menos.


Pero no soy yo, soy lo que queda de mí.